domingo, 8 de mayo de 2011

María (Parte VII)

Poco a poco comprendió que María estaba preocupada con algo. Entonces, se limitó a acompañarla sin decir palabra. Un guía iba explicando cada uno de los lienzos que colgaban de las paredes. María pareció animarse poco a poco mientras miraba las imágenes religiosas de las pinturas. El mestizaje cultural que había en estas restaba lo divino de las imágenes de los santos y de la virgen, haciéndolos más cercanos a la realidad. Más humanos.

Salieron de la parroquia y se sentaron en una pequeña banca de madera en las afueras de la misma, mirando las estrellas, que arriba suyo, parecían brillar más fuerte. Lentamente, como sin querer, María había ido acercándosele. Suavecito, sus hombros hicieron contacto. Él sintió el roce y volteó a mirarla. Ella le sonrió de vuelta muy colorada, con sus ojitos claros brillando, muy contenta, como si hubiese encontrado algo que había buscado hace mucho.

Gracias por haberme acompañado todos estos días. Le dijo y le tomó de la mano; dudando de si debía haberlo hecho. Él levantó el chullo que María había llevado todo el día y le dio un beso en la frente. Ella se acercó aún más y, finalmente, se besaron.

…Continúa…

domingo, 17 de abril de 2011

María (Parte VI)

En lo alto de una pequeña colina, en lo que seguramente siglos atrás había sido un altar dedicado al culto de los astros, se levantaba una pequeña parroquia que tenía una particularidad: dentro y fuera de ella, todo era hermoso. Probablemente la pequeña construcción pasaría desapercibida por estar bastante desgastada por el paso del tiempo. Sin embargo, en su interior se encontraban una serie de lienzos y frescos extraordinarios, de pintores que lograron una belleza increíble en sus trabajos mostrando el mestizaje que era su esencia. Fuera de la pequeña parroquia, en la noche fría de los andes, lo hermoso tomaba la forma del infinito. El universo parecía allí pintado. Increíble. Inacabable. Perfecto.

Las dos parejas caminaban ahora en silencio. Trataban de abrigarse pues la temperatura había descendido bastante. Él miró a María y la encontró con las mejillas coloradas por la altura y el frío. Contrario a lo que había pasado los últimos días, ella no le sonrió de vuelta. Tal vez le ha chocado la altura, se dijo. Trató de animarla, jugando un poco con ella, pero ella estaba distante. No le hacía caso.

Y qué podía entender él de lo que pasaba por la mente de María en esos momentos. Era un imposible. Un imposible comprender que ella se sentía atormentada, se sentía extraña. Como si se hubiera traicionado a sí misma al ceder tanto con el chico éste. Además, ya faltaban pocos días para que se marchase…

…y no volvería a verlo…

Se enfureció. No podía creer este último pensamiento. ¡Qué importaba si no volvía a verlo! Era sólo un hombre con el que se llevaba muy bien. ¡Nada más!

Sin embargo, le habría gustado quedarse…

 

…Continúa…

miércoles, 23 de marzo de 2011

María (Parte V)

El corazón de María latía con fuerza mientras contemplaba el río en el fondo del valle, sentada sobre un antiguo muro de piedra. Sobre ella el cielo era inmenso y celeste. Se sentía muy alegre y no sabía bien el por qué. Miró sobre el hombro y vio a su compañero de travesía tomando un poco de agua. Sonrió al verlo aparentando despreocupación y estar descansado. Ella estaba jadeando pero él seguía de pie, seguramente tratando de demostrarle que estaba en muy buena condición física.

- Ven – le dijo – siéntate a mi lado. Ella siempre había sentido vértigo pero ahora, por algún motivo extraño, no lo sentía. Sus pies colgaban del muro a una altura realmente peligrosa y hacia abajo solo se veía la vegetación creciendo.

- No te preocupes – soltó él – no estoy cansado.

- No es eso, solo quiero que me acompañes.

Él era una buena persona. La noche de la cena en el hotel, si bien con un comienzo bastante extraño, terminó siendo muy agradable. Era un chico muy interesante. Tenía su misma edad y a pesar de que parecía muy serio siempre tenía alguna frase que le hacía sonreír. Habían decidido tomar juntos el tour hacia el complejo y a la madrugada de esa misma noche habían partido desde la ciudad antigua. Él la hacía sentir muy contenta, sobretodo porque se había dado cuenta que no le gustaba admitir sus debilidades. Como ahora, que trataba de aparentar que no estaba cansado cuando otros turistas con mejor condición física parecían – como mínimo – jadeantes.

- Qué bonito es todo este lugar – estiraba sus brazos María – pensar que me lo iba a perder porque mis amigas no querían venir.

- Justo te iba a preguntar qué había sido de ellas.

- Nada, que a las muy señoronas no les gusta caminar – dejó caer su cuerpo y se echó en la tierra. María toda, era una sonrisa mirando todo; tratando de grabar cada pequeño detalle en su memoria. Volteó para verlo mejor.

- Ah, bueno, seguro habrán venido sólo para la vida nocturna.

- Jajaja, sí supongo que sí.

Alguna vez traería a los niños de la comunidad de Lima aquí, se decía María. Tendría que ahorrar bastante pero los traería la próxima vez que visitase el Perú. Sintió un pequeño escalofrío mientras pensaba esto. Tuvo miedo. Sintió tristeza. No pudo explicárselo. Miró al cielo y trató de concentrarse en el momento y no pensar en otra cosa. Quería estar contenta.

- No me habéis dicho si tenéis novia – la pregunta no sólo lo tomó por sorpresa, también ella se encontró perpleja por haberla hecho.

- No – respondió inmediatamente – soy feliz. Y sonrió. María sonrió también pero no dejó de preocuparle el hecho de sentir una especie de alivio al escuchar esto.

Siguieron trepando alegremente por el complejo. Conocieron una pareja de adultos mayores que venían a conocer el Perú por primera vez y no querían perderse para nada una experiencia inmensa. Decían que podían sentir la energía que emanaba de todas las piedras que los rodeaban. Eran una pareja bastante extravagante, vestidos con mucho colores y él les habría preguntado si eran hippies pero tal vez hubiese sido una falta de respeto. La pareja hippie era muy interesante y habían recorrido el mundo desde que se conocieron y amaron por primera vez. Tenían hijos ya grandes y exitosos pero para ellos el mundo y sus almas seguían siendo libres. Por eso, ahora que todavía podían, querían continuar el viaje juntos.

Hannah había pasado los cincuenta años hace ya buen tiempo, pero en los ojos llevaba una alegría viva, una energía invenciblemente juvenil. Se apartó del camino un poco de los otros tres, como mirando el paisaje. Casi al instante, tal como había anticipado, María se le acercó. Hace cuánto era novia con el chico, le preguntó. María se sonrojó muchísimo y le respondió que no, que eran amigos que se habían conocido en esa misma ciudad. Hannah sonrió, así es el amor, le dijo y no había nada más hermoso.

María no supo qué responderle.

 

…. Continúa …….

domingo, 23 de enero de 2011

María (Parte IV)

Colgó y disculpa es que las amigas con las que vine quieren que me reúna con ellas ahora y pues que no podía porque estoy aquí contigo y que me tienen que comprender. ¡Ah! Soltó él y dentro de sí rió porque al menos había adivinado que sí había hablado sobre él.

- Pero, qué, ¿tan poco se dijeron? – pues había conversado casi sin pausas respiratorias por unos cinco minutos eternos para él.

- Ah no, es que María, mi amiga, me dijo que tenga cuidado porque acá hay muchos que vienen únicamente por, bueno, follarse extranjeras – y le mandó una mirada bastante obvia – pero sé que contigo estoy segura… ¿no? – y sonrió inocente.

- Claaaaro… - dijo y tal vez porque en ese momento odió tanto a esa amiga acusona, que no se percató en la curiosa coincidencia de nombres. Bah, tanta gente que se llama así.

La cena estaba perfecta. Cada bocadito era sabroso y ella estaba muy contenta. Le contó que venía de Galicia y que con sus amigas estaban haciendo obras sociales en el país. Se sorprendía de muchas cosas como que siempre se sirviese arroz en la mayor parte de platos o que siempre hubiese maíz en diferentes versiones para comer. Le contó sobre estos niños a los que ayudaba, cómo estaban contentos por aprender cosas nuevas y que ella hacía de maestra y que le encantaba el país a pesar de la pobreza. Claro, allá también tenían pobreza, le dijo pero no he visto tantos niños sufrir ni tantos niños tan felices porque yo haga cosas tan sencillas como cantarles, enseñarles y compartir con ellos.

Y es que era difícil explicarle a María que esos niños pocas veces recibirían afecto sincero de una mujer que era “diferente”. Diferencia que sólo consistía en un color de piel o algunos atributos físicos. Curiosamente, María había sabido romper estas barreras y las madres, que al principio la veían con desconfianza pudieron acercarse y hacerla parte de su pequeña comunidad. Pobre y todavía triste alrededor de Lima, pero que María había sabido hacer suya con todo su cariño.

… Continúa …

miércoles, 29 de diciembre de 2010

María (Parte III)

Finalmente llegó a la mesa sintiéndose observadísimo por los otros comensales y odiado por los mozos. De lo primero estaba seguro, no sólo porque se había quedado parado en medio del local entorpeciendo la atención a las mesas si no porque su compañera definitivamente no había sido pasada por alto por gran parte de los hombres. Muchas cabezas daban vueltas enteras buscando el cuerpecito de María, tratando de desviar la atención de quienquiera les acompañara. De hecho muchas de las mujeres presentes (por no decir la mayoría) se hinchaban cual gallinas por el orgullo herido al ver a una mujer que increíblemente no caía en cuenta de que su belleza mataba esa noche en que lucía espectacular.

No mi amor, si a mí ni me gustan las rubias y tú lo sabes bien, por eso no me gusta que te tiñas el cabello. Escuchó en una mesa por la que marchaba a paso de caracol hacia María (la peliteñida  obviamente no tomó muy bien el comentario). Cuando finalmente llegó se sentía cual si hubiese conquistado el Everest y es que encima del papelón que venía haciendo, María carajo parecía brillar ¡y la falta de oxígeno de la ciudad que no podía tener una altitud mayor! hacían que el pobre llegase casi asfixiándose.

- Estáis muy pijo – dijo ella – habéis demorado arreglándoos, ¿no?

- No, para nada. – dijo – mirando para otro lado, haciéndose el loco. – Es que estaba en una llamada que no podía colgar.

- Ah bueno, decía nomás – y sonrió, más inocente que nunca, con ese dejo tan horrible que tienen los españoles pero que a él en ese momento le parecía la cosa más maravillosa del mundo.

Sonó un celular con la típica cancioncita de Nokia. Ella contestó y empezó a hablar rápidamente en un dialecto que de hecho él no conocía. Si bien su primera reacción había sido quedarla mirando, babeando como un fronterizo cuando la oyó hablar, notó que según parecía estaba hablando de él, pues lo miraba mientras lo hacía y se sonrojaba.

Curiosamente las otras mesas parecían haber dejado de comer y se hubieran reunido únicamente para ver a la pareja extraña formada por esa mujer cuerísima que hablaba como cotorra en una lengua extraña y al muchacho que la acompañaba. Todos en el restaurant se encontraban en silencio y ahora los miraban con descaro. Ella, claro, no se daba cuenta. Él, bueno, él la seguía viendo hablar… como si una sirena de las tradiciones griegas le estuviese cantando sus amores en gallego.

 

Continúa